El cierre de un Museo es un auténtico insulto a la inteligencia y más cuando funciona bien como es el caso del Museo del Traje. Cuando los resposables de su cierre son políticos a los que se ha dado en llamar progresistas y que verían con buenos ojos el acercamiento de la cultura para todos, el dislate es monumental.
Estamos contra la restricción de la oferta cultural y contra aquellos que teniendo que defender nuestros bienes culturales no lo hacen.

5/27/2010

Seda, una pequeña historia

Pequeña historia de la seda. Una leyenda china indica que, en el año 2640 a. C., la emperatriz Si-Ling-Chi ya conocía la cría de los gusanos de seda y la obtención de los hilos de la seda, y, por si fuera poco, creó el primer telar que permitió fabricar los tejidos de esta preciada fibra. Se supone que a partir de este hecho se extendió en China la industria de la seda. Durante tres milenios esta industria perteneció de modo exclusivo al inmenso país asiático, que impidió que los conocimientos y técnicas que permitían la explotación de la seda salieran de la China. Existían leyes que castigaban con la pena de muerte a todo aquel que osara sacar fuera de sus fronteras tan preciados secretos. Era pues un bien de suma importancia que guarda algún paralelismo con lo que ocurría en España con la oveja merina y su principal producto, la excelente lana que producía; también aquí se penaba incluso con la pena de muerte a aquel que sacara las ovejas del país. Pero, siguiendo con la seda, a pesar de todas las restricciones impuestas por el poder chino para mantener sus secretos en el interior del país, llega, en torno al año 300 d. C., a Japón por medio de unas concubinas que la hicieron llegar a la corte nipona. Fueron ellas las que enseñaron el arte de criar, hilar y tejer esta fibra a los japoneses, que pronto alcanzaron gran maestría en esta industria, lo que hizo que Japón alcanzara importantes cotas de desarrollo durante más de un milenio y medio, y estuviera en la base de su reciente historia económica como uno de los factores que permitieron a este país asiático convertirse en una potencia mundial. La importancia de esta “adquisición” se plasmó en la ciudad de Setsun, donde se construyó un templo levantado en memoria de las mencionadas concubinas que legaron a la sociedad japonesa los secretos de la industria de la seda. Aún otra leyenda China cuenta cómo salieron del país, escondidos entre los pliegues del turbante de un príncipe chino, las semillas de morera y los huevos de los gusanos, para, en torno al año 400, llegar, de este modo a la India. A la postre, el preciado “secreto” comienza a difundirse progresivamente a todo el mundo conocido: Asia Central, llanuras del Tigris y Éufrates, Asia Menor y Grecia. Se dice que el emperador Justiniano, cuando los romanos de instalaron en Turquía, aprendió los secretos de la seda de dos monjes chinos, y que el mismo emperador desarrolló telares para producir tejidos de seda en su palacio. A España llega de las manos del mundo islámico, en el siglo VIII, desde donde migró a Italia (Milán, Florencia...), Francia (en el último tercio del siglo XV en Tours) y, en la segunda mitad del siglo XVII, la Inglaterra, para llegar, por último a América, de la mano de ingleses y españoles.

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