El cierre de un Museo es un auténtico insulto a la inteligencia y más cuando funciona bien como es el caso del Museo del Traje. Cuando los resposables de su cierre son políticos a los que se ha dado en llamar progresistas y que verían con buenos ojos el acercamiento de la cultura para todos, el dislate es monumental.
Estamos contra la restricción de la oferta cultural y contra aquellos que teniendo que defender nuestros bienes culturales no lo hacen.

5/27/2010

seda, de los nombres y características de la

Una de las características del viejísimo saber artesano e industrial de la seda es la variedad de fórmulas y denominaciones. Valgan como muestra limitada las que a continuación reseñamos:
Existe la “seda ahogada”, una expresión absolutamente gráfica que designa la que se hila una vez que se ha ahogado por inmersión en agua al gusano. Al rayón se le suele identificar con el nombre de “seda artificial”. La seda de inferior calidad que se obtiene de la parte más externa del capullo una vez que se ha eliminado la borra es conocida como “seda azache”. A la seda que se cuece en agua alcalina y que pierde las sustancias gomosas que de otro modo tendría se la conoce como “seda cocida”. A la mejor seda, aquella que se consigue por la selección de los mejores capullos se la denomina “seda conchal” y también, “de candongo” (esta última todavía más fina que la anterior). Existe otra denominación que indica una rebaja en la calidad de la que acabamos de mencionar, la “seda medio conchal”, que es de calidad inferior a la conchal y a la candongo. La “seda cruda” es aquella que conserva las sustancias gomosas que la caracterizan y que naturalmente posee. La seda sin torcer y de poca tensión se conoce, no podía ser de otro modo, como “seda floja”. Una seda muy especial es la joyante que es aquella que se caracteriza por su fibra muy fina y que presenta un aspecto de gran lustre. Existe una seda nominada como ocal, y también redonda, que se caracteriza por su fortaleza, es de peor calidad a otras y se extrae del capullo, también, conocido como ocal. Por último, es necesario mencionar la conocida como “seda verde”, que no es otra cosa que aquella seda conseguida del capullo cuando el gusano está todavía vivo en el interior del mismo.

La seda es un filamento continuo -es una proteina- que produce el gusano de seda cuyo nombre científico es Bombyx mori, para hacer el capullo en el proceso de su metamorfosis. Seguramente todos podemos convenir en que la fibra de seda puede catalogarse como única cuando se la compara con el resto de las fibras naturales que conocemos; esta singularidad se basa en que es una de las menos complicadas desde el punto de vista de su química y de su física.... Además, hay que añadir que, analizada desde el punto de vista morfológico, presenta una superficie sin la típica cutícula que aparece en tantas fibras naturales. La seda tiene una composición química bien conocida, que básicamente se compone de fibroína, cuyo peso total representa un 75-90%; un 25-10% de sericina; y pequeñas cantidades de ceras, grasas, sales que completan el peso. Tanto la fibroína como la sericina son compuestos propteínicos parecidos: C15H23N5O6, la fibrína y C15H25N5O8, la sericina.
El modo en el que el gusano produce el hilo es por medio de dos glándulas, de cada una de las cuales sale un filamento conocido como “fibrilla”, que se unen se unen formando la “fibroína”, gracias a la acción de un componete gomoso que secreta el gusano llamado “sericina”, que funciona a modo de cemento. Todo este conjunto -la fibroína y la sericina- es lo que se denomina fibra de seda.

Seda, una pequeña historia

Pequeña historia de la seda. Una leyenda china indica que, en el año 2640 a. C., la emperatriz Si-Ling-Chi ya conocía la cría de los gusanos de seda y la obtención de los hilos de la seda, y, por si fuera poco, creó el primer telar que permitió fabricar los tejidos de esta preciada fibra. Se supone que a partir de este hecho se extendió en China la industria de la seda. Durante tres milenios esta industria perteneció de modo exclusivo al inmenso país asiático, que impidió que los conocimientos y técnicas que permitían la explotación de la seda salieran de la China. Existían leyes que castigaban con la pena de muerte a todo aquel que osara sacar fuera de sus fronteras tan preciados secretos. Era pues un bien de suma importancia que guarda algún paralelismo con lo que ocurría en España con la oveja merina y su principal producto, la excelente lana que producía; también aquí se penaba incluso con la pena de muerte a aquel que sacara las ovejas del país. Pero, siguiendo con la seda, a pesar de todas las restricciones impuestas por el poder chino para mantener sus secretos en el interior del país, llega, en torno al año 300 d. C., a Japón por medio de unas concubinas que la hicieron llegar a la corte nipona. Fueron ellas las que enseñaron el arte de criar, hilar y tejer esta fibra a los japoneses, que pronto alcanzaron gran maestría en esta industria, lo que hizo que Japón alcanzara importantes cotas de desarrollo durante más de un milenio y medio, y estuviera en la base de su reciente historia económica como uno de los factores que permitieron a este país asiático convertirse en una potencia mundial. La importancia de esta “adquisición” se plasmó en la ciudad de Setsun, donde se construyó un templo levantado en memoria de las mencionadas concubinas que legaron a la sociedad japonesa los secretos de la industria de la seda. Aún otra leyenda China cuenta cómo salieron del país, escondidos entre los pliegues del turbante de un príncipe chino, las semillas de morera y los huevos de los gusanos, para, en torno al año 400, llegar, de este modo a la India. A la postre, el preciado “secreto” comienza a difundirse progresivamente a todo el mundo conocido: Asia Central, llanuras del Tigris y Éufrates, Asia Menor y Grecia. Se dice que el emperador Justiniano, cuando los romanos de instalaron en Turquía, aprendió los secretos de la seda de dos monjes chinos, y que el mismo emperador desarrolló telares para producir tejidos de seda en su palacio. A España llega de las manos del mundo islámico, en el siglo VIII, desde donde migró a Italia (Milán, Florencia...), Francia (en el último tercio del siglo XV en Tours) y, en la segunda mitad del siglo XVII, la Inglaterra, para llegar, por último a América, de la mano de ingleses y españoles.

5/24/2010

TRAJES EN SOMBRA. EXPOSICIÓN EN EL MUSEO DEL TRAJE

Exposición “Trajes en sombras”

8 de mayo de 2010
La propuesta es atrevida pero, sobre todo, compleja... En una primera aproximación a la instalación o exposición, uno está tentado de pensar en la relación caótica de la construcción del hombre o, para ser más preciso, de lo social que éste lleva implícito. Inicialmente uno se siente asaltado por la vieja metáfora (realidad) que sobrevuela el escenario del proceso civilizatorio: la relación entre el hombre y su sempiterno acompañante el insecto, que le obliga a configurar su espacio vital a salvo de la acción de los insectos. Según esta premisa el hombre ha construido un ecosistema en el que los “bichos” son los elementos malditos que representan ese lado (siendo el más social) antisocial que hipotéticamente impide el crecimiento y desarrollo de la vida y del grupo humano.
La exposición de Luis Martínez del Río, a mi entender, se encarga desde el principio de subrayar la falacia de la sociedad antiecológica (la sociedad pulcra, sanitaria, libre de miasmas) que ha caracterizado la progresiva urbanización de las sociedades occidentales avanzadas, proponiéndonos la lectura de la inevitable convivencia, siempre dual, -limpio/sucio, caos/orden, sano/insalubre, puro/impuro...-, que implica la construcción de lo social.
Hablar de lo social es hacerlo, desde una óptica simbólica (en este caso por medio de la expresión artística que nos propone Luis Martínez), de la experiencia individual; y es aquí donde el discurso de Luis Martínez del Río hace la propuesta más atrevida y no por ello irreal. El autor viene a contarnos que el mundo de los “bichos” -el caos, el ámbito de lo estigmatizado, de lo que no se racionaliza- tiene como extensión y referente simbólico lo que cimenta al individuo como hacedor de lo social: la sexualidad, que por razones político-económicas tiene que ser productiva y reproductiva (al modo del insecto), también tiene su ecología y sus ecólogos que la hacen “bicho” y o es productiva o a excluir...; no se puede mantener la libido “divertida” y menos en el reino acéfalo que reproduce Luis Martínez; sólo queda pues la libido al servicio de esta sociedad instrumental: productiva y reproductiva. Quizá sería bueno volver a recalar en la lectura pausada de las hipótesis puestas en pie por el psicoanálisis y que la obra de Luis Martínez del Río parece acoger en alguna de sus propuestas.
Además del horizonte de acefalia que el autor parece proponer (para pensar están unos pocos y el resto lo hacen las máquinas), nos lleva de la mano, ante la visión de los habitante de la instalación que muestran la ausencia de brazos o los restos de una metáfora evolutiva devenida en muñones, a la reflexión-denuncia, para el que esto escribe tan evidente, del declive inexorable del homo faber (en el sentido de hombre artesano), sustituido por todo tipo de artefactos que nos desarman ante un mundo que cambia a una velocidad de vértigo.
Cabe señalar, aunque sólo sea de pasada, la importancia que alcanzan los materiales sobre los que el autor se apoya para llevar a cabo su trabajo creativo y perturbador predominando los negros y siendo frecuente el trabajo con el cuero, que parecen un refrendo a la idea de una sociedad conformada por hombres y mujeres formados y conformados para la sumisión...
Para acabar con este primer acceso a la obra de Luis Martínez, no quiero privarme de subrayar el guiño que me produjo su segundo apellido: del Río. Reino de las aguas, del desarrollo de lo entomológico, de la fraga vital, y por tanto peligroso y caótico, sobre todo para aquellos que no conocen el “orden de la vida”, multiforme y diverso, y que buscan otros órdenes asépticos, uniformes, dependientes y obedientes...

Américo